Recuerdo la primera vez que leí sobre la muerte de Carlos Manuel. Por aquél entonces con una juventud por domesticar lo primero que me invadió fue un sentimiento de frustración por descubrir en nuestro antropológico sinsentido de la egolatría, uno de nuestros peores talones. Aquel que tuvo la osadía de levantarse primero y que sacrificó con generosidad sus acomodos a la causa común no se mereció morir en la manigua intentando escapar de sus captores sin siquiera pasaporte. Una vergüenza.
Es así. Lo descubriría con los años cuando en una decisión sopesada y desprovista de cualquier intención o aspiración personal me involucré en la causa de quienes nada tienen ni nada esperan. Y aunque perdí la ingenuidad propia de los iniciados nada más doblar la esquina, mi determinación se mantiene incólume a pesar de que me han zurrado a diestra y siniestra estos, aquellos, y los de más allá.
Pero lo peor es el silencio. Ya se sabe que la capacidad y la inteligencia cotizan a la baja. Es esta una pos modernidad pletórica de burros con altavoces instruidos por Alexa y Siri que van despotricando y dando sentencias inconclusas que no aguantarían un razonamiento básico, pero que estos defienden a capa y espada, excepto cuando se tropiezan con quienes desde la mesura y la reflexión los invitan a debatir o comulgar, hacen lo que siempre han hecho estos personajes: ignorar. Y con la ignorancia, -y valga la redundancia-, llega el silencio.
Ya son años de insistir humildemente a la confluencia. Cuba no puede darse el lujo de perder una oportunidad histórica en la que el mundo civilizado por un lado, y las condiciones socioeconómicas por otro producto de seis décadas de desgobierno corrupto y comunista, han llevado a los cubanos al final de un camino sin puertas ni ventanas. Quienes quieren liderazgos tendrán que liderar o como siempre digo, el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Solo pasa que a los cubanos de a pie se les acaba y no pueden esperar que aquellos hagan lo que desde hace 31 años están diciendo que van a hacer.
Ser opositor significa oponerse. Eso es una verdad de Perogrullo y aun así, convendremos que si el acto de oponerse no modifica la realidad a la que nos oponemos, entonces no tiene mucho sentido la cosa. Por eso después de décadas, convendría que reconociésemos nuestra incapacidad (como opositores) para cambiar las cosas, y miremos a quienes sí pueden hacerlo: esos millones de cubanos que buscan instintivamente una salida.
Pero claro, si aquellos a quienes han condicionado a una supervivencia diaria, al mirar ven a unos pidiendo pluralismo y a otros exigiendo el fin de la represión o leyes para un sector, pasará lo que pasa siempre: personas que asisten con curiosidad y falta de empatías a la escena represiva o contestataria para luego seguir su camino hacia ninguna parte.
Llegó el momento de que quienes vayan a salir a protestar no pidan por ellos, por esto o aquello siempre relacionado con su calvario opositor o sus intereses parciales. Eso al pueblo cubano no le va a interesar. No es por maldad o falta de capacidad para hacer el bien, sencillamente porque tienen urgencias mayores.
Quieren sacar un cartel? Escriban: Tenemos hambre! Queremos leche para nuestros hijos! Queremos salarios dignos! Queremos tiendas con género!
Cuando los «opositores» en Cuba entiendan que si han elegido el camino del sacrificio, este contempla renunciar a tus problemas para asumir el de los demás,- algo básico-, y se lancen a las calles de Cuba pidiendo lo que a todos afecta, entonces comenzará la catálisis.
Tomen nota. Da igual si luego hacen como han hecho hasta ahora y me siguen ignorando o silenciando. Yo trabajo para vosotros aunque ustedes no lo entiendan. No es un problema que puedan controlar o modificar. Es parte de mi sacrificio, algo que hago en nombre de quienes no pueden decirles estas cosas. Nada cambiará ni mermará mi compromiso hasta verlos libres… a ellos y a ustedes también.
Dejen de hacer el tonto. La luz se ha hecho para iluminar y pretender ocultar a quienes podemos llevar luz, quienes están atrapados entre tantas tinieblas no es que sea de necios, es de mala gente.
Martí no debió de morir ay de morir…