Una de las recurrencias al intentar definir el concepto paradisíaco en términos geográficos por parte de muchísimos habitantes de este mundo, es mencionar ese lugar transalpino de picos nevados, valles de hierba verde y bancos… muchos bancos.

Efectivamente, hablamos de Suiza. Ese país que está lleno de vacas lecheras, dinero de muchas partes y suizos. Para precisar un poco más de 8,6 millones, parapetados detrás de 26 cantones de donde no los saca ni Dios. Y es que cualquier persona o grupo cuando quieren presumir de pueblo, paisaje o modo de vida te lo resumen así: esto es la Suiza de…
Recuerdo mi sorpresa cuando tuve que asistirlos durante años en sus vacaciones en Mallorca, por aquellas implacables garrapatas que pululan sus campos de ensueño. Y sonreía muchas veces al preguntarles: pero esto es así por todas partes? Ellos asentían y a mí me reconfortaba un poco el hecho de descubrir sus lunares, que me demostraban ese axioma universal: no hay negro guapo, ni tamarindo dulce.
Cuba era la Suiza de America. Al menos así pensaban quienes nos miraban con admiración y soñaban con cantar, hacer negocios o simplemente bañarse en nuestras paradisíacas playas que opacaban cualquier oportunidad para aquellas que vemos hoy florecer como destino turístico en Las Antillas. Llegó la peste y todo se fue a volina. Hoy no somos ni la sombra de aquello y hasta los haitianos nos superan en calidad de vida porque con mayor o menor instrucción, tienen voz para quejarse y derecho a soñar aunque sea, con un mejor Haití.

Ya sé que no encontraré muchas personas que recuerden aquello. De aquellos abuelos ya quedan menos y cada vez entre el Alzheimer y los dolores de una vida, pocos están disponibles para seguir motivándonos. Son 63 años de secuestros, desilusiones y desuniones que hacen que la mafia criminal y genocida del PCC, nos aventaje por puro cansancio.
Afortunadamente muchos también hemos recibido el legado del sueño de recuperar nuestra Suiza antillana, y ni nos amedrentan los retos implícitos por recuperar la armonía cívica que permita despertar la conciencia popular, ni se nos olvida el compromiso asumido con nuestros ancestros de revivir el sueño de quienes tanta sangre, sudor y lágrimas han vertido a través de los tiempos.
Llegará ese día y lo sé. Al menos moriré en el intento. Porque sé que por muchas vacas lecheras, prados verdes de postal o bancos repletos de dinero, los suizos no tienen ni el sol ni el mar que nos arropa y baña desde mucho antes de la llegada de aquel que sabiendo dónde estaba Suiza, al ver nuestra tierra la catalogó como la más hermosa.

Ese día escucharemos si prestamos atención y dominamos las lenguas que viven en esa confederación helvética, a muchos de esos suizos decirles a sus amigos de vuelta de conocernos, y bajito para no despertar recelos entre aquellos convecinos convencidos de tener tan paradisiaca ventura: “nosotros somos la Cuba europea”.
Amén!