“… cuando se cumpla ese tiempo, ese joven que ya será viejo, caerá muerto y entonces el cielo cubano se tornará limpio y azul, sin esta oscuridad que ahora me rodea. Se levantarán columnas de polvo y otra vez la sangre anegará el suelo cubano por unos pocos días, sin embargo como dice el refrán: «Después de la tempestad llegará la bonanza», cuando esto ocurra, vendrá un estado de alegría, paz y unión entre cubanos, y la república florecerá como nadie podrá imaginar. Habrá un gran movimiento de barcos en las aguas, que de lejos las grandes bahías de Cuba parecerán ciudades enclavadas en el mar. Habrá venganzas y revanchas entre grupos dolidos y otros codiciosos, que por corto tiempo empañarán de lágrimas los ojos. Después de estos días tormentosos, lo mejor para Cuba estará por venir. Se erradicarán enfermedades, vendrá el arrepentimiento, se extinguirán falsas religiones, la fe Cristiana entrará en los corazones ateos. Después de toda esta catástrofe que ahora veo, saldrá el arcoíris, anunciando la paz y la prosperidad para todos los cubanos. Cuba será la admiración de toda América, incluyendo la del Norte”

Dicen por ahí que en un estado de éxtasis dejó el entonces arzobispo Antonio M Claret esta profecía en algún punto de la Sierra Oriental cubana. Si solo he reproducido la segunda parte es porque la primera ya la hemos vivido y como todavía nos dura, carece de importancia a efectos mediáticos. Además el Santo no profetizó nada de nada, _aunque esté reconocido por sus historiadores que su etapa mística comienza en Cuba-1855_. Lo que pasa es que los cubanos dados a esperar milagros cuando se trata de evitar poner esfuerzos, nos alimentamos de lo que sea con tal de evitar “la acera del sol”, pues eso… es de bobos.
Siempre nos creímos más listos que nadie. Un defecto antropológico que el régimen potenció, como potenció otros defectos solo para desnaturalizarnos y convertirnos en autómatas. Y así hemos funcionado. Riéndonos como borricos cuando llamábamos bobos a los primeros turistas que gozando de unas libertades y solvencias que a nosotros nos faltaban, nos compraban los souvenirs que creíamos estarles “endiñando” mientras ellos se gozaban las mejores mulatas a precio de saldo gracias al gran prostíbulo en que el PCC convirtió a Cuba, aunque a los cubanos los encarcelaban si los pillaban “puteando” pues los únicos proxenetas autorizados, eran los miembros del establishment. Hubo de esperar muchos años hasta que ser «puto» en Cuba no fuese delito. Y se esperó a las puertas de hoteles a que nos dieran «el permiso».
En mi familia tengo la estampa de mi bisabuela que al ver la fotografía del innombrable en Bohemia exclamó: si es igualito al Señor! Semanas después y dándose golpes de pecho como acto de constricción clamaba arrodillada: perdón Señor que te confundí con el demonio. Y es que la desesperación por Batista nos hizo perder la perspectiva. Cómo se nos ocurrió esperar de alguien para quien derramar sangre cubana era su modelo de ser humano? Se nos ocurrió. Probablemente la intuición nacional que debió alertarnos de que aquello no iba a traernos nada bueno, la teníamos anestesiada entre tanto pan y circo que rayando lo esperpéntico, nos hizo poner un cartel que anunciaba «A gozar y a bailar con la Sinfónica Nacional… pan con lechón y cerveza». Hace años murió la rata y con el hermano en lecho mortuorio, todavía seguimos esperando la promesa proletaria aunque ya ni lechón ni cerveza, y la Sinfónica… exiliada.
La superchería popular la elevaron a categoría filosófica solo para que los cubanos siguiéramos esperando. Así gracias al sincretismo nos permitíamos estar con Dios y con él diablo sin que se nos arrugara la camisa. Y es que no me dirán que las probabilidades no son mayores. Hoy aunque el país está demandado una salida para el sistema genocida y por ende el final de la pesadilla para todos, el cubano sigue esperando «su» salida. Y vale la redundancia, y vale la espera aunque no valgan los rezos.
La espera primigenia fue la de aquellos que una vez terminados los primeros días de desbarajuste popular con parquímetros y gramolas destrozadas el régimen viendo la salida masiva por puertos y aeropuertos, reguló por primera vez. Y hubo de esperar por el telegrama que te obligaba a dejar todas tus pertenencias en la tierra escarlata. Con el último Peter Pan volvió el cierre que duró hasta 1980 cuando algunas ovejas negras se cansaron de esperar, y se estamparon contra la verja de la embajada peruana.
Es verdad que el amaestramiento había comenzado antes. Marzo, un mes que había sido infausto para los cubanos se reafirma como tal cuando en 1962 aparece en escena, la «libreta de racionamiento». Esta ha sido y sigue siendo la mejor zanahoria con la que un reducido grupo de malintencionados ha amaestrado a todo un pueblo, haciéndole ver en el mañana su mejor existencia. Y así estamos, desorientados por un cartel que reza: «Hoy no hay comida, mañana sí».

Se espera en las interminables filas para moverse, vestirse, calzarse, alimentarse o sencillamente morirse, sin que seamos capaces de transformar ese espíritu de resignación en rabia ciudadana. Y es que en Cuba visto lo visto, puedo decir sin temor a errar que esperar es sin lugar a dudas, el mayor entretenimiento nacional. Una espera estéril pues después de tanto y todo, la mafia castrista no tiene nada que mostrarnos, pero es así. Seguimos dándoles un crédito que no tienen desde 1959.
La esperanza es muy jodida. Según algunos es lo último que se pierde, pero valdría en este caso que los cubanos terminasen de extraviarla aunque fuese en un ejercicio de amnesia nacional inducida, a ver si al despertar se desperezan y sacuden las pulgas que tienen subidas al lomo, chupándoles algo más que sangre y libertades.
He caído en la cuenta que las cigüeñas que cada año anidan cerca de casa no han llegado a pesar que ya pasamos de San Blas. Las sigo esperando pues me distraen y hacen reflexionar sobre valores como la constancia y la fidelidad. No quiero imaginar que algún desaprensivo las haya matado o que alguno de las decenas de aviones que han surcado contaminando los cielos mediterráneos por estos días cargados de líderes y ricachones pidiéndonos reducir emisiones, se las hayan cargado con sus motores diésel.

No, voy esperar un poco más y no fiarme del refrán… maldita esperanza!
